jueves, 28 de julio de 2011

Adjetivos y napalm

No recuerdo si fue, exactamente, la primera imagen de Vietnam, pero sí una de las primeras que me viene a la cabeza. El Cazador, de Michael Cimino con aquella música contagiosa, creo que se llamaba Cavatina, que silbamos durante años casi sin darnos cuenta.
Me encantó la película que mostraba a un grupo de jóvenes de pueblo a quienes la guerra marcaba, de uno u otro modo, para siempre.
Después vimos muchas otras películas e imágenes sobre las que prevalecen  los bombardeos, el napalm, los helicópteros Huey verde oliva desembarcando soldados en la jungla,  y los veteranos con sus guerreras desarrapadas, llenas de galones y medallas que arrojaban a los jardines del Capitolio, en Washington.

Veteranos de Vietnam




Viene todo esto al caso porque he leído esta semana el libro de Tim O'Brien, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, publicado por Anagrama. Un libro excepcional, duro y alucinado como posiblemente la propia guerra, en el que O'Brien narra sus experiencias como soldado y que comienza -de ahí el título- con la enumeración de lo que llevaban los soldados en combate: ropa caqui, un casco, un fusil, botas de jungla, fotos, repelente de insectos, cargadores, granadas, una mochila, una cantimplora, cartas envueltas en plástico, botes de aceite para engrasar las armas, una compresa, vendas, bengalas, minas, mapas, tabaco, emisoras de radio...

Me estremeció la historia del soldado que recoge un cachorro de una aldea, y lo lleva metido en la mochila hasta que, días más tarde, otro soldado lo ata a una mina claymore, activa la espoleta y lo hace estallar.
Increpado por sus compañeros, consciente súbitamente del horror que acaba de provocar, se se echa a llorar diciendo: "Bueno, tíos, sólo soy un muchacho".

Y me di cuenta, es verdad, de que a las guerras sólo mandan a muchachos. Siempre mandan a muchachos.
 

domingo, 17 de julio de 2011

La máquina de escribir ha muerto. Viva la máquina de escribir.

Máquina de Karen Blixen
Hace poco leí que acababa de cerrar, en India la última fábrica de máquinas de escribir. El gerente contó que llevaban años recortando la producción según los pedidos disminuían, y que a partir de ese momento únicamente podrían suministrar las que tenían en el almacén, hasta que se terminaran.

William Faulkner
Los periódicos se hicieron eco de la noticia y un repentino e inesperado sentimiento de nostalgia recorrió el mundo: la máquina de escribir acababa de desaparecer, y con ella uno de los grandes iconos de la literatura contemporánea.
 No hay un solo escritor de quien no exista al menos una foto ante su máquina de escribir.Y hay auténticos expertos en sus marcas y modelos favoritos. Por ejemplo William Faulkner escribía en una Remigton 12, Hemingway en una Underwood portátil, Karen Blixen en una Corona, y  Jonh Cheever, abajo, en una Royal.

Cheever con su máquina de escribir

Olivetti Lettera 36
No recuerdo mi primera máquina de escribir. Mejor dicho, recuerdo la máquina -portátil, color crema, teclas de color claro-, pero no sé qué marca era. Pero sí recuerdo la primera que compré: una Olivetti Lettera 36 eléctrica, de segunda mano, que sonaba como un lanchón de desembarco, y que disparaba una ráfaga de adjetivos y adverbios con apenas rozarla. En esa máquina escribí mi primer libro, a razón de un folio diario, antes de pasarme, no sin una resistencia algo romántica, al procesador de textos.

Pantalla del WordStar

Una pantalla oscura de un luto riguroso -llena de claves, números, llaves-,  sobre la que se escribía con letras no sé si blancas o verdes, extremadamente luminosas, precedidas de un cursor parpadeante.



Desde luego que no me imagino volviendo a escribir a máquina, pero sí entiendo, y comparto, esa nostalgia del folio, las letras golpeando en el rodillo, y el timbre -tling!- que sonaba, afilado, cuando se llegaba al final de una línea.



En las fotografías, arriba: Raymond Carver y Silvia Plath, y sobre estas líneas Patricia Higsmith, Paul Auster, que dedicó un libro a su máquina de escribir, una Olympia SM3, y un jovencísimo Philip Roth a la espera de la inspiración. Me divirtió el otro día, por cierto, la foto de Eugenia Rico en su casa, posando con una máquina de escribir portátil.

Foto: Alvaro García

No sé si conocéis la pieza de Leroy Anderson, The Typewriter.  Verdaderamente impresionante.

domingo, 10 de julio de 2011

Estudio de Pagola

Hace unos meses escribí una entrada para este blog, Estudios de pintores, en la que recorría los lugares donde trabajan algunos de mis amigos artistas: ilustradores, pintores, escultores...
Contaba entonces, y lo sigo pensando, que la creación está de algún modo vinculada al entorno donde se produce, así que nada de lo que hay en un estudio -acuarelas, pinceles, folios amontonados, carpetas- es del todo casual.
La entrada es una de las más visitadas, y a pesar de ser antigua, recibe un número apreciable de visitas cada día, lo que prueba la curiosidad que despierta este tema.

Javier Pagola en un rincón de su estudio

Viene todo esto al caso porque esta semana he estado en el estudio de Javier Pagola, y he tenido la ocasión de cartografiar ese universo suyo de obras en proceso, material de trabajo y objetos que acaban tomando los estantes, como un ejército invasor y victorioso: fotografías, botes, cuencos, cosas encontradas en la calle, papelitos...




Un lugar remotamente industrial y hogareño, cruzado de mesas y estanterías, aquí y allá, y rincones de trabajo, todo con un orden preciso, unas veces casual, otras estricto.
 Antes de irme me regaló este sello: uno de sus inconfundibles personajes montado en un caballo.
Lo ha usado, me contó, durante años y me encantó heredarlo.



domingo, 3 de julio de 2011

Primeras reseñas de "Cortázar y los libros"

Han aparecido las primeras reseñas de Cortázar y los libros. En ABC habló del libro y de la biblioteca de Julio Cortázar, Antonio Astorga. También le dedicó un artículo Javier Goñi en Divertinajes. José Antonio Millán lo mencionó en su blog, Libros y bitios; Màrius Serra hizo de él una reseña en  Lecturalia, su sección de libros del programa El matí,  Carmen Forján escribió sobre él en su blog de libros y lectura, y Antón Castro le dedicó un artículo en Heraldo de Soria.

El pasado seis de julio lo presentamos en la librería Tipos Infames, de Madrid. Abajo Javier Jiménez, el editor de Fórcola, y Estrella de Diego, presentadora de excepción.
En la página de Fórcola se puede leer un resumen de lo que hablamos. Las fotos, aquí abajo -que se hacen más grandes pulsando sobre ellas-, son de mi amiga Margarita Hernando de Larramendi.


Firmando una decicatoria