miércoles, 20 de abril de 2011

San Quintín, La Habana

El otro día estuve en Santander y me acerqué, como siempre, a ver a mi amigo Rodolfo a la librería San Quintín, con su fachada verde apagado y roja, tan norteña.
Me gusta hablar con él de libros, y de amigos comunes, y del tiempo. ¡Vaya tiempo, por cierto!

Recuerdo que él fue quien, hace dos o tres veranos, me recomendó El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Uno de los libros que más me ha impresionado, y conmovido, y que desde entonces más he recomendado, regalado, prestado, y del que hablé hace tiempo en este blog.
El otro día, mientras charlábamos, encontré allí su librería un título que llevaba tiempo buscando, Persona non grata, de Jorge Edwards. Un libro en el que narra su experiencia como embajador de Allende en la Cuba castrista de los años setenta.

La de la zafra imposible de los 10 millones, el caso Padilla, el bloqueo y los diplomercados en los que únicamente los extranjeros podían comprar.

Me ha encantado leer de Lezama, allí en su casa de la calle Trocadero, un piso bajo con balcón al que acudían todos los poetas jóvenes entonces, casi en peregrinación, con sus libros; de Alejo Carpentier -el zar de los libros lo llamaban-, que regalaba en París cajas de habanos a Sartre y al Gabo, como obsequio revolucionario, y del Ché, con su traje verde oliva, sus botas tachueladas, y su boina,  al que que inmortalizó Korda en la conocida foto del año sesenta, convertida en icono.


Me está gustando ese viaje en el tiempo, allí a la guerra fría, la Primavera de Praga, los aviones rusos Ilushin de Cubana de Aviación, los funcionarios de la Seguridad del Estado vigilando en los hoteles las desviaciones ideológicas, y Lezama, en la calle Trocadero, inmóvil, incrédulo, fumando.

sábado, 9 de abril de 2011

El puente del vértigo

Llevo un par de semanas viajando a Cuenca. Intervengo en una actividad organizada por el Centro de Profesores en la que participan una decena de colegios a los que voy a hablar de periodismo a niños del primer ciclo de la ESO.
Y me ha encantado el reencuentro, este jueves, con el puente de San Pablo.


El puente del vértigo, allí en lo alto, salvando lo que queda del río Huécar. Arrogante y en apariencia endeble, con algo de aquellos puentes ferroviarios de las películas, pintados de rojo inglés para protegerlos de la humedad y el viento.
El puente de los suicidas -cuando toca-, y los enamorados, que acostumbran a poner candados con su nombre en los barrotes, antes de -con la solemnidad de las grandes promesas- tirar la llave al río desde arriba.


viernes, 8 de abril de 2011

La cigüeña de Blixen

La baronesa Blixen
Me encantó esa historia de Karen Blixen. La de un hombre que sale una noche de la cabaña donde vive, alertado por un ruido desconocido.
Tropieza, cae, se dirige hacia el bosque bordeando el estanque, se zafa de las ramas, trastabilla de nuevo, ajetreado y, al final, vuelve a su casa, caminando por un claro iluminado por la luna.

Se acuesta y al levantarse al día siguiente, ve desde la ventana sus propios pasos -el tropezón, la carrera hacia el bosque, el estanque, la vuelta, el camino del claro- y cómo dibujan sobre la nieve una cigüeña.