jueves, 12 de septiembre de 2013

El mapa de Benet

Estuve, hace unos días, con José María Guelbenzu, que fue director de Alfaguara en los primeros años ochenta.
Y, charlando, me habló de Juan Benet, y de su Herrubrosas lanzas cuyo primer tomo publicó, precisamente en Alfaguara, en 1983.

Ese tomo, me ha contado, contenía un mapa de Región, esa tierra mítica, imaginaria, ideada por Benet.
Sabía que existía pero nunca lo había visto.Y allí ha ido Guelbenzu a su biblioteca, y me ha mostrado su ejemplar.

Un mapa en toda regla escala 1: 150.000 con ríos, carreteras, pueblos, montes y cotas tan realistas que convencerían al mejor de los geógrafos.

Y me ha ido mostrando, divertido, cómo Benet había llenado su topografía de homenajes a sus amigos.


Así, hay una zona donde, se dice, habita la tribu García, al lado de un pueblo, Ortilano, que recuerdan a Juan García Hortelano. Un poco más abajo, las Salinas de D. Pedro, en referencia a Jaime Salinas, también editor de Alfaguara y Barral durante años y que vivía, precisamente, en la calle don Pedro.


Hay homenajes a Félix de Azúa y al título de su novela Mansura, convertida en pueblo por Benet; a Javier Marías y su personaje Casaldáliga, protagonista de su novela El siglo; y al propio José María Guelbenzu cuya novela El Mercurio también aparece en esa particular toponimia benetiana cerca, por ejemplo, de El Carandel, localidad que recuerda al periodista y escritor Luis Carandel.





Ha quedado Guelbenzu -se lo recordaré cuando le vea-, en buscarme un ejemplar por si acaso tiene alguno de más en sus estantes. Y si no,buscaré por ahí por librerías de viejo, por no tener que arriesgarme nunca más a transistar Benet sin mapa.


Las fotos pueden agrandarse pulsando sobre ellas.

domingo, 7 de julio de 2013

Ordenar fotos

El otro día, ordenando fotos, encontré ésta con Doris Lessing, hace casi diez años, cuando fui a entrevistarla para televisión. 


Me impresionó la determinación, casi autoritaria, que transmitía en todos sus movimientos. El acento silbante de su inglés, su mirada, curiosa y algo intimidatoria y una amabilidad con la que parecía protegerse. Me sorprendieron las patas, cortadas, de todos los sillones que quedaban a ras de suelo, casi, y su salón repleto de cojines. En la foto estamos frente al jardín de su casa, cerca de Londres. Un jardín abrupto, campestre y descuidado por el que, a veces -me contó- se veía correr algún zorro.
 

Creo que todavía tengo esa cazadora.