lunes, 29 de noviembre de 2010

Secretos de los libros

Foto de Alberti y Mª Teresa León
El otro día me llamó mi amigo Miguel. Tiene una librería de viejo cerca del Palacio de los Deportes, en Madrid, y me avisa cuando descubre algo que piensa que puede interesarme.
Ocurrió esta vez con un ejemplar de las Poesías Completas de Alberti, publicadas por Losada en 1961.

Un libro de cubiertas rojas algo rozadas (fatigadas, dicen los libreros en ese peculiar idioma suyo), que tenía una foto pegada en las guardas. En ella se ve a Rafaell Alberti y María Teresa León, junto a otras dos personas, tomada en Panamá en 1935, como se aprecia en la nota manuscrita. 

En el reverso de la foto, escrito a mano, se identifica al resto de los personajes: a la izquierda, Rogelio Sinán, (1902-1994), narrador y poeta panameño, amigo, entre otros, de Pablo Neruda y Gabriela Mistral. El de la derecha aparece identificado sólo con sus iniciales, R. J., lo que dificultaría conocer su identidad.

Ex libris de R.J. Laurenza
Pero, en las primeras páginas se aprecia un EX LIBRIS, el del escritor Roque Javier Laurenza, (1910-1985) cuyas iniciales coinciden con las del cuarto personaje de la foto.
Se sabe que Alberti visitó Panamá en 1935, tras un viaje por México y Centroamérica, y de su visita a Rusia, y allí debió coincidir con Sinán y Laurenza.

El resto son preguntas, como siempre. Ese mundo se secretos insólitos que, a menudo, guardan también los libros, y que explican que uno los encuentre en las librerías de viejo. 

Rogelio Sinán
 A Panámá dedicó Rafael Alberti un poema que empieza:

            "Yo he visto Panamá desde las nubes
             como albos continentes sin viajeros,
             de norte a sur y comprobando el Istmo,
             sobre una larga zona de uniformes"

Y yo estoy pensando en poner también mi exlibris, en alguna página escondida, para continuar con las preguntas.



viernes, 19 de noviembre de 2010

Max Aub, deudas de juego

Siempre me ha interesado Max Aub, y esa parte de su literatura que tiene que ver con el juego, las máscaras, los equívocos, los atajos siempre escurridizos, entre la realidad y la ficción.

Cuando en 1958 publicó Jusep Torres Campalans, la biografía ficticia de un pintor supuestamente amigo de Picasso, la historia y cómo la contaba  -fotografías, cuadros, testimonios- resultaba tanverosimil , que hubo quien, como Vicente Aleixandre, llegó a pensar que Campalans realmente había existido y se felicitaba por el hallazgo. 

Campalans en un fotomontaje, junto a Picasso
En 1964 publicó otro libro lleno de también de dobleces y propuestas sugestivas, Juego de cartas, editado por Alejandro Finisterre en México.
Es un libro con forma de baraja, en el que se juega con el doble sentido de la palabra carta que puede ser naipe, y también misiva.

Cada una de los naipes de la baraja está dibujado en el anverso por Torres Campalans, y tiene una carta en el reverso, esta vez en sentido epistolar. Todas hablan de un misterioso personaje, Máximo Ballesteros, que acaba de morir, y del que hablan distintas personas que lo conocieron.


Dependiendo de la carta, Ballesteros es un marido ejemplar, un socio intachable, una persona cabal, pero también un infiel recalcitrante, un jugador de ventaja, un personaje sin escrúpulos... Todo cambia según quién hable de él, y de qué parte de su vida. De modo que nunca sabe uno con qué carta quedarse.

El libro, del que en su momento no debieron distribuirse más de un centenar y medio de ejemplares, acaba de ser reeditado por la editorial Cuadernos del vigía, quienes han respetado el tamaño, el tipo de papel, y las características del original.

Una novela abierta cuya trama se va tejiendo y destejiendo, y que plantea una reflexión sobre la identidad, la verdad, la mentira, y las distintas personalidades que tiene cada uno de nosotros. 

Gana el juego, explica Aub en las instrucciones, quien consiga adivinar quién fue realmente Máximo Ballesteros.  

Al final queda la certeza sutil de que las cartas siempre están, de algún modo, marcadas.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La nevera de Pasternak

Hace unas semanas, en un encuentro con Félix de Azúa en la fundación Juan March, Eduardo Arroyo contó que en 1958, cuando le fue concedido el Nobel a Boris Pasternak, él estaba haciendo prácticas en el diario Arriba.
Allí llegó, por agencia, una foto del escritor en lo que parecía la cocina de su casa, en la que se veía una nevera al fondo.
Y contó que el director del periódico ordenó al encargado de retoque fotográfico que eliminara aquel signo burgués: un escritor comunista no podía tener nevera.

La foto fue retocada, la nevera desapareció, y quedó el gesto triste, melancólico, profundo, del autor de Doctor Zhivago, a quien la concesión del Nobel no traería más que complicaciones y represalias

Alguien, en el periódico, comentó lo serio que aparecía en la foto, para haberle concedido un premio.
- ¡Cómo no va a estar serio -respondió otro- si acabamos de quitarle la nevera!

jueves, 11 de noviembre de 2010

Estudios de pintores

Siempre me han intrigado los estudios de los pintores. Esos lugares mágicos, de luz algodonosa y olores, casi nutritivos, a trementina y óleo, carboncillo y pinceles... Tengo la secreta convicción de que la creación no es ajena al entorno, de modo que siempre intento desvelar el secreto que ocultan, su lenguaje inexpresado.

A la derecha, un rincón del estudio de mi amigo el ilustrador Javier Zabala.
Me invitó una noche a cenar, y aproveché para cotillear sus acuarelas, rodillos, botes y frascos... Todo en un desorden minucioso, diríase que casual y necesario.

También estuve, este verano, en el estudio de José Luis Mazarío, en Santander. Y me gustó ese caos apetecible: caballetes y estantes, y montones de libros, y carpetas y lienzos en el suelo.

Hay algo germinal, intuyo, en ese proceso de acumulación de papeles, revistas y fotos.
Leí hace tiempo que cuando se trasladó el estudio de Francis Bacon a Dublin, abajo, hubo que contratar a un equipo de arqueólogos que se encargaron de cartografiar cada centímetro cuadrado de aquel montón de cajas, trapos, manchas de pintura y óleos acuchillados, y trasladarlo exactamente en la posición que ocupaban. "El paisaje de la catástrofe", llegó a escribir algún crítico de aquel lugar en el que Bacon trabajaba.



Últimamente he visitado varias veces el estudio de mi amigo Damián Flores, a la derecha y abajo. Lleno de cajas y pequeñas maquetas, carpetas y cartones, paredes y fluorescentes blancos en el techo (tan alto como la bóveda celeste), que respiran cierta serenidad.
En medio, una silla, un caballete y, al fondo, los cuadros vueltos hacia la pared, que ha terminado.



También estuve, hace tiempo, en el estudio de Antonio Santos, pintor y escultor. E hice fotos de sus botes de pinceles, y sus tubos de óleo, rodeados de máscaras africanas, libros y tallas de madera.
Me fijé en su mesa, abajo. Y en los botes de pintura, con manchas delatoras, de dedos, en las tapas.
Qué sensación, esos lugares en los que surge todo.

Estudio Mazarío














Detalle del estudio de Javier Zabala

jueves, 4 de noviembre de 2010

La mano en la barbilla

Cuentan de Phlip Roth que nunca se le ha visto sonreir en una foto. Basta, por lo visto, con que alguien con una camara se le acerque, para que frunza el ceño y ponga cara de desolacion y de llamativa, enigmatica, desgana.
Siempre me ha provocado cusriosidad ver como los escritores posan para las fotos. Bolaño con frecuencia fumando, a veces con una revoltosa ostentación de humo, como fumando aparece, en muchas de sus fotos, Martin Amis.

Hace años, una amiga me dijo, con cierta sorna, que tenia suerte de ser escritor porque así podia hacerme fotos con la mano en la barbilla.

Me hizo gracia pero empece a fijarme y, efectivamente, no hay escritor que no tenga al menos una foto donde salga con la mano en la barbilla.

Aqui al lado, Ruiz Zafón y Alvaro Pombo cada uno con su peculiar estilo: el gesto exquisito y coqueto de Zafón, muy cinematográfico, algo cosmopolita.
Y la mano extendida, en la foto de abajo, sobre la que apoya la cara Alvaro Pombo, y su anillo, intrigante, en el meñique.

Es curioso la cantidad de poses y actitudes que permite la mano en la barbilla Desde el gesto sutil, apenas esbozado, como casual, de Piglia, abajo, a la dercha, sujetando sus gafas, hasta la pose, firme, tambien algo soñadora, casi ausente (¿en que estaria pensando?), de la siempre singular Silvina Ocampo.
 

Algo del ese ensimismamiento que tiene Octavio Paz en esta foto -el índice apoyado en la barbilla-, que se convierte casi en melancolia, una sombra nostalgica en la foto -el índice tambien en la barbilla- de Valente.









Y acabamos con este sonriente García Marquez, la mano indiscutiblemente en la barbilla, con el atribulado Sabato, abajo en blanco y negro.Y ya puestos, con Roth, profundo y misterioso, la mirada intrigante o intgrigada. Él tambien con la mano en la barbilla.