Karen Blixen. Me impresionó de la excéntrica y elegante baronesa aquella historia, ya mayor. Había seducido a un joven poeta que abandonó a su mujer y sus hijos. Un día le convenció para que la acompañara a un bosque, y grabara sus iniciales, y un corazón, en la corteza de un árbol
Y ocurrió que, tiempo más tarde, cuando ella lo dejó o él a ella, Blixen fue allí en su coche, y sacando un hacha del maletero, señaló el árbol a su chófer. Para que lo talara.
Virgina Woolf. Propietaria, junto a su marido, de la prestigiosa editorial Hogarth Press, donde publicarían, por ejemplo,T.S. Elliot o Sigmund Freud. Durante una larga temporada, tuvieron la prensa en un cuarto de su casa, y los chilabetes con las bandejas de letras en el salón.
Allí se les cayó un día una cajón de tipos de plomo que se desparramaron por el suelo.
Y Aunque los recogieron con cuidado, durante días, ocurría con frecuencia que entre el pelo de la alfombra aparecía de repente una ene, una coma, una hache.
Clarice Lispector. Leí en uno de sus diarios que uno de sus recuerdos de infancia eran aquellas mañanas en que su padre, casi recién amanecido, la llevaba al mar.
Recordaba la arena, el sol, el agua fría del océano... Y cómo después del baño, en el colegio, a veces distraída, se llevaba los dedos a la boca, y descubría que la piel le sabía a sal.
2 comentarios:
Que delícia. Suas reminiscências literárias trouxeram-me um gosto de mar e de infância.
Grácias, Debora. Un beso.
Hace tiempo que no hablamos...
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