Siempre he sido un desastre para los títulos. Hay algo de esa parte esencial de las cosas -la que puede explicarse, iluminarse, con palabras-, que se me escapa.
Me divirtió enterarme, hace tiempo, de que hay escritores, Vicente Molina Foix, Andrés Trapiello, que tienen un banco de títulos: una agenda, un cuaderno, donde van anotando aquellos que les interesan, y que guardan hasta que los encuentran acomodo, a veces en libros de otros autores a quienes se los regalan. Por ejemplo, Cepo para nutrias, de Azúa; Travesía del horizonte, de Marías; o Antifaz, de Guelbenzu, son títulos del cuaderno de Molina. "Agencia Molina", le llamaba García Hortelano.
El caso es que, desde que me enteré, yo también anoto en un cuaderno frases con las que me topo, y en las que encuentro sonoridad o capacidad de sugerencia: La reivindicación de la torpeza, Pesadilla sin historia, Mapa del disparate, La osadía de los tímidos... Jamás había encontrado utilidad para ninguno de estos títulos, hasta estas navidades pasadas en las que, para el librín que envío como regalo a mis amigos, busqué en mi agenda y di con el rotundo El don de la impaciencia.
Me gustó entonces, y anteayer, cuando me pidieron el título del blog, se me vino otra vez a la cabeza. Dudé un par de minutos en llamarlo Jubilarse los lunes , que también me gustaba, pero al final se impuso, como un guiño a amigos y enemigos, aquí y allá, más lejos y más cerca, sobre todo impacientes. Un don....
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