Me habló también de aquellos veranos con su familia en Cadaqués, en los que recordaba, por ejemplo, haberse cruzado por la calle con el joven que había servido de modelo a Dalí para su Cristo. Un tipo de pelo largo, rizado, medio hippy, que vestía con una túnica clara, y al que sólo le faltaban los estigmas.
Siempre me han gustado los dibujos de Antonio, sus cuadros, sus personajes de rostros expresivos, un tanto ausentes, siempre, sus muñecos tallados en madera y sus esculturas.
Ésas que hace en mármol de Calatorao, negras como la tinta de calamar, suaves al tacto y de una emotiva, intrigante y amorosa candidez.
La semana pasada inauguró una exposición de sugerente título, Arte Degenerado, en la galería madrileña Ra del Rey, con su obra más reciente, repleta de imaginación, color y sutileza, y esa mirada suya, locuaz y juguetona: paisajes, coches, casas, árboles y sombreros.
A la exposición ha llevado también unos broches, de pasta, hechos a mano -calaveras y caras- todos distintos. Y fue un gusto, al salir de la inauguración, ver que todos llevábamos uno en la solapa.
La exposición estará abierta hasta el 16 de marzo, y Antonio Santos tiene un blog que podéis ver AQUÍ.
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