lunes, 19 de marzo de 2012

Escritorios

Miro mi escritorio en esta foto, e intento verlo como algo ajeno. Y la primera impresión es de zozobra; un aroma a almoneda o chamarilería.
Veo libros, un flexo,  un portátil, y delante una zona oscura, marrón, en la que se ha borrado, con el tiempo, la pintura azul del resto de la mesa. 
Veo un óleo, abajo a la derecha, que me regaló Mazarío, un reloj sobre un cuaderno abierto, y en la pared, una foto de Walser y otra de Baudelaire como dos santos laicos. 

Hay  algo de escenografía casi teatral en los lugares donde se escribe, una coreografía de lo propicio de la que uno inconscientemente se rodea.
 

Siempre me han interesado esos lugares –escritorios, mesas, estudios de pintores-, porque tengo la sospecha fundada de que no son ajenos a la propia creación. Que de algún modo forman parte de ella y que, también de algún modo, la explican.

Así, en esta voluntad confesa de inventario,  me fijo en los cocodrilos de Urberuaga, en los grabados de Pat Andrea, a la izquierda  –dos de esas mujeres suyas de una carnalidad atribulada- , y en un tintero de tinta azul turquesa,  Encre des mers du sud, se llama. 
Veo también una agenda, un diccionario, una batuta y una nota –en el primer estante- de Antonio Gamoneda (esa caligrafía suya, que es casi cuneiforme), al lado de una caricatura de Jorge Ibargüengoitia que me envió Damián Flores, fascinado, después de leer Las muertas.

 









Hay soldados de plomo, avioncitos, cajas de lata, minerales y piedras traídas de por ahí. De Roma, de Lisboa… Un trozo de empedrado que recogí  junto a la iglesia do Carmo, y que pudo, por qué no, pisar Pessoa, con su paso apretado, su maleta de cuero y su  bigote isósceles. 

No se ve, pero hay una estrella de la Orden de la Estrella Roja de la URSS que compré en un anticuario, y hay lápices, bolis que nunca escriben, sacapuntas  y un gormiti que me regaló mi hijo, Andrés, y que me dice que se llama Ópalo Negro. 

Un paisaje caótico, un tanto abigarrado que ahora miro como si fuera un cuadro; entrecierro los ojos y lo convierto en una mancha: azul, naranja, blanca…

¿Y esto lo limpias tu?, recuerdo que preguntó una vez, alarmada, una visita. Y sí, sí que lo limpio, y también como parte de la propia escritura. Mientras  pienso y doy vueltas a un texto, a una frase, cojo el plumero y limpio: la estrella roja, las piedras lisboetas, el retrato de Conrad y el gormiti de Andrés que, me insiste, se llama Ópalo Negro. 



 






El Proyecto Escritorio, original de Jesús Ortega, comenzó a publicarse a principios de este año. Un blog en el que narradores, ensayistas, poetas, reflexionan sobre el espacio de la creación. 
Esta semana ha salido el mío, que puede verse AQUÍ.

Las fotografías pueden ampliarse pulsando sobre ellas.

2 comentarios:

isabel dijo...

Preciosa descripción de tu lugar de trabajo, de tu refugio. Parece lleno de recuerdos, nostalgias, vivencias, viajes... Claro, tus historias nacen ahí, por eso siempre tienen ese velo nostálgico, esa niebla dulce, ese marco de otros tiempos y esa luz de desván iluminado, apenas, por un rayo de sol.
Gracias Marchamalo. Por compartirlo con nosotros y por seguir escribiendo, lo que escribes, desde ahí.

Anónimo dijo...

Me encantan los escritorios como a ti, Jesús, y me encanta el tuyo. Siempre he sido muy barroca y si una estancia está repleta de libros, fotos, figuritas y material de escritura y pintura habla por los codos de su propietario. No entiendo el minimalismo, dice poco y no expresa vida.