Llevo un par de semanas viajando a Cuenca. Intervengo en una actividad organizada por el Centro de Profesores en la que participan una decena de colegios a los que voy a hablar de periodismo a niños del primer ciclo de la ESO.
Y me ha encantado el reencuentro, este jueves, con el puente de San Pablo.
El puente del vértigo, allí en lo alto, salvando lo que queda del río Huécar. Arrogante y en apariencia endeble, con algo de aquellos puentes ferroviarios de las películas, pintados de rojo inglés para protegerlos de la humedad y el viento.
El puente de los suicidas -cuando toca-, y los enamorados, que acostumbran a poner candados con su nombre en los barrotes, antes de -con la solemnidad de las grandes promesas- tirar la llave al río desde arriba.
4 comentarios:
Preciosa entrada, Jesús. De puente a puente y a ti no te lleva la corriente...un abrazo, Alfonso
Gracias, Alfonso.
Abrazo
Me gustan los puentes, no me gustan los candados, ni real ni metafóricamente; el amor no necesita candados ni jaulas, if you love somebody set them free..., pero esto ya es otra historia..., bonita foto del puente y precioso nombre, el vértigo de vivir.
Gracias C.
Si quieres que te diga la verdad, a mí tampoco me gustan los candados.
Pero sí debo reconocer que tienen, allí puestos, con sus nombres o iniciales, una extraña, metálica, poética.
Abrazo
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