lunes, 5 de septiembre de 2011

Aquel caballo negro que lloraba

Leo, de Antonio Gamoneda, Un armario lleno de sombra. Cuenta esa vez que, siendo niño, un vecino lo llevó hasta San Marcos para que viera el museo zoológico, resto de la escuela de veterinaria que allí había habido.
Y describe la sala cerrada y polvorienta, y la intensa penumbra en la que apenas se distingue un zorro disecado, un águila en una vitrina, y un enorme caballo al que la oscuridad hace todavía más oscuro.
El niño se fija entonces en uno de sus ojos de cristal: un resplandor de luz que hace que la pupila parezca proyectar sobre el rostro una lágrima.  

Probablemente fuera una esquirla de luz de una ventana -explica- pero para él, siempre prevaleció la imagen del caballo, negro, inmóvil, inmenso, que lloraba.


2 comentarios:

Antonio Toribios dijo...

Unas memorias sinceras, valientes y estilísticamente dempuradas. Es un placer leerlas.

Blog de Jesús Marchamalo dijo...

Lo es, Antonio, una delicia de texto, y unas historias a veces terribles.
Un saludo, gracias.