Cuento a menudo que siempre me han interesado los estudios de los pintores. Esos lugares mágicos, de luz algodonosa y olores casi nutritivos: a trementina y óleo, disolvente y papel.
Tengo la secreta certeza de que la creación, ese paradigma de la fragilidad, de lo azaroso, está de alguna manera vinculada al entorno, a esa geografía de lo propicio de la que cada pintor se rodea, y donde se encuentra a gusto.
Así que visito en el estudio de Damián Flores, en Madrid, de techos altos, cruzados de fluorescentes, paredes blancas y el suelo gris con rastros de pintura: azul, granate, roja y esos otros colores para los que sólo tienen nombre los pintores: siena, prusia, gris Payne… Hay un sillón, un viejo caballete, una mesa con libros –veo a Claudio Rodríguez, a Pessoa, a José Ángel Valente-, lápices, tubos de acuarela, avellanas y nueces.
Hay un sofá, también, un mueble para planos, tres estantes, un panel de herramientas, y un tablero, al fondo, algo inestable, cubierto de papeles y carpetas, restos de cinta de embalar, recortes. Y en medio, una columna donde veo, colgado de una escarpia, un cartón con dibujos.
Porque tiene la costumbre, tal vez supersticiosa, Damián Flores de reproducir sus exposiciones en cartón: anota la forma y el tamaño de cada uno de los cuadros, el título a veces, y un bosquejo.
De modo que mirando los dibujos uno puede recorrer la exposición a escala: escaleras de caracol, cristales y ventanas, edificios, columnas, sombras, luces y cielos de tormenta.
Hay algo luminoso en su pintura. Algo de esa realidad insuficiente, casi metafórica, al tiempo fidedigna y también de algún modo imaginada. Un mundo que es poderosamente real, y al tiempo una invención posible. Incluso preferible, o deseable.
Expone ahora Damián Flores en la galería Siboney, de Santander, Ruta Le Corbusier. Aquél pintor a ratos, amigo de Braque, de Juan Gris y Kahnweiler, gafas de pasta oscuras y el pelo engominado. Viajero infatigable, amante de la tecnología y la velocidad; de los aviones -aquellos de brillo deslumbrante, de acero remachado, como puntas de flecha-, los paquebotes y los automóviles. Y de las casas blancas: hormigón y pilotes y ventanas corridas.
La exposición recorre gran parte de su mundo arquitectónico -la iglesia de Ronchamp, inspirada en el caparazón de un cangrejo; Villla Savoye, ese universo de cristal y columnas; la villa Stein... También él, retratado como personaje: ante su chaise long; fumando, con sombrero; observando una de sus maquetas o ante la Isla de los ratones –las manos perdidas en los bolsillos-, en mangas de camisa.
Me pregunto por esa mujer, que aparece de espaldas, con el sombrero rojoy por ese otro cuadro delante del edificio Siboney, en Castelar, donde posa con García Mercadal. Me contó Damián que Mercadal viajó con Le Corbusier por España, lo acompaño a la Residencia de Estudiantes, en Madrid, y también en un viaje a Barcelona. El uno, bajito, sonriente, con sombrero. El otro, la frente despejada, impecable, siempre con pajarita, y las gafas torcidas.
Damián Flores está exponiendo en la Galería Siboney, en Santander, y éste es el texto que publiqué el otro día en el suplemento Sotileza, de El Diario Montañés.
4 comentarios:
Me han gustado mucho los ejemplos de pinturas de Damián Flores que incluyes en tu entrada, y lamento no poder desplazarme a Santander para verlas. He intentado ver más muestras de su arte, pero en el enlace qu3e incluyes a la galería no me ha sido posible (sale el caáalogo de otra exposición), y tampoco he podido abrir el enlace a su web. Lástima.
Hola, Elena. Qué lástima que no puedas entrar en la página de Damián. Te encantará.
Lo del catálogo, espero que lo actualicen pronto
Saludo, gracias.
Marchamaling, gracias por el enlace,que sepas que tu maravilloso BLOG me da una envidia envidiable,yo quiero diseñar uno sobre mis estarcidos y no doy pie con bola.Ya me aconsejarás.
FELIZ NAVIDAD
Damiank, sé que eres tu por el acento. Quedamos cuando quieras. Nos hacemos una cerveza y un blog en un momento.
Besos a tus chicas.
Feliz navidad, sí.
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