Me gusta, sí, verlas mecerse al viento, mientras te sobrevuelan -gritonas, algo insolentes-, como una vieja escuadrilla de aeroplanos.
Todo consiste, entonces, en apostarse pacientes y esperar.
Y disparar en el momento justo.
Tengo un largo historial de gaviotas fallidas, o falladas. Un archivo de alas, picos, patas, cabezas, colas, plumas, poses borrosas y fotos descuadradas.
Debo de ser el peor cazador del mundo de gaviotas en foto, si es que existe esa modalidad de caza. O uno de los peores. Pero de vez en cuando acontece el prodigio, y la casualidad o la reiteración o ambas hacen que todo salga extrañamente bien: el mar, el cielo azul, los barcos, lejanos y borrosos, y las gaviotas, con sus picos naranja y las patas palmeadas recogidas como viejos paraguas.