lunes, 28 de julio de 2014

Y ese sol de la infancia



Mi amigo Damián Flores inaugura una exposición el próximo 8 de agosto en Hinojosa del Duque, y me ha pedido un texto para el catálogo. 


Llama la atención la sonoridad de los lugares que Damián retrata. Se llaman Cubillanas, La liebre, Malagón… Una sonoridad atávica, casi esencial, exenta de artificio de esos paisajes cuyo nombre parece haber surgido directamente de la tierra, después de haber en ella madurado.  Se llaman Cambrón, Valdeperdices, Hato viejo…  
Me cuenta Damián Flores que, desde hace tiempo, va trazando un mapa emocional de estos parajes suyos, de infancia. Casas, haciendas, viejos establos, perfiles de tejados, chimeneas, empalizadas, tapias, cuyos nombres ha olvidado ya, o desconoce, y sobre los que después pregunta a los vecinos. 

Hace fotos y allí luego, en el bar, los parroquianos las van pasando, mientras dicen los nombres en voz alta: el Rebasco, la Casa de los frailes, el Camino de la Atalaya. 


Ese mar de espigas que cambia de color, del verde al ocre, y que separa, como una mancha inmensa, ésta sí, sin nombres ni apellidos, Belalcázar de Hinojosa del Duque.
Me cuenta Damián que esos son sus paisajes. El escenario de aquellos veranos interminables, que eran como un paréntesis de fútbol y melones, de baños en el río, de siesta obligatoria, sudorosa, de horas, en las casas oscuras, cerradas, como si el tiempo estuviera detenido.  

 
¿Todo el mundo se acuerda de las siestas sin sueño, despaciosas como una condena?
Me cuenta que salía a esos campos que todo lo rodean –la luz de la canícula, rastrojos-  con un caballete, y óleos, a pintar,  y que tenía siempre tres o cuatro cuadros empezados del campo a diferentes horas: recién amanecido, a mediodía, caída ya la tarde, anocheciendo. Y que pasaba de un cuadro a otro, según iba también pasando el día con el castillo al fondo, omnipresente.
Me habla de esta luz del verano, afilada y caliente, en la que se mezcla el verde original de los olivos con los ocres del campo, de todos los colores, amarillo, seco, quieto, difuso, y los rojos henchidos, orgullosos e intensos de las tejas bajo el cielo en verano, de un azul persistente.


Y esos blancos lechosos de las fachadas, lejos, en los que apenas se adivinan ventanas, tal vez puertas, casi siempre cerradas, misteriosas, y la quietud plomiza de las tardes, al sol, y solitarias.
Veo los cuadros de Damián, uno a uno, despacio: el campo solitario, las lomas allí al fondo, y ese sol de la infancia, el de los versos, los pantalones cortos, los nidos en el techo del pajar, y el silencio de la hora de la siesta, en el que los niños, a oscuras y callados, están siempre despiertos. 


jueves, 12 de septiembre de 2013

El mapa de Benet

Estuve, hace unos días, con José María Guelbenzu, que fue director de Alfaguara en los primeros años ochenta.
Y, charlando, me habló de Juan Benet, y de su Herrubrosas lanzas cuyo primer tomo publicó, precisamente en Alfaguara, en 1983.

Ese tomo, me ha contado, contenía un mapa de Región, esa tierra mítica, imaginaria, ideada por Benet.
Sabía que existía pero nunca lo había visto.Y allí ha ido Guelbenzu a su biblioteca, y me ha mostrado su ejemplar.

Un mapa en toda regla escala 1: 150.000 con ríos, carreteras, pueblos, montes y cotas tan realistas que convencerían al mejor de los geógrafos.

Y me ha ido mostrando, divertido, cómo Benet había llenado su topografía de homenajes a sus amigos.


Así, hay una zona donde, se dice, habita la tribu García, al lado de un pueblo, Ortilano, que recuerdan a Juan García Hortelano. Un poco más abajo, las Salinas de D. Pedro, en referencia a Jaime Salinas, también editor de Alfaguara y Barral durante años y que vivía, precisamente, en la calle don Pedro.


Hay homenajes a Félix de Azúa y al título de su novela Mansura, convertida en pueblo por Benet; a Javier Marías y su personaje Casaldáliga, protagonista de su novela El siglo; y al propio José María Guelbenzu cuya novela El Mercurio también aparece en esa particular toponimia benetiana cerca, por ejemplo, de El Carandel, localidad que recuerda al periodista y escritor Luis Carandel.





Ha quedado Guelbenzu -se lo recordaré cuando le vea-, en buscarme un ejemplar por si acaso tiene alguno de más en sus estantes. Y si no,buscaré por ahí por librerías de viejo, por no tener que arriesgarme nunca más a transistar Benet sin mapa.


Las fotos pueden agrandarse pulsando sobre ellas.

domingo, 7 de julio de 2013

Ordenar fotos

El otro día, ordenando fotos, encontré ésta con Doris Lessing, hace casi diez años, cuando fui a entrevistarla para televisión. 


Me impresionó la determinación, casi autoritaria, que transmitía en todos sus movimientos. El acento silbante de su inglés, su mirada, curiosa y algo intimidatoria y una amabilidad con la que parecía protegerse. Me sorprendieron las patas, cortadas, de todos los sillones que quedaban a ras de suelo, casi, y su salón repleto de cojines. En la foto estamos frente al jardín de su casa, cerca de Londres. Un jardín abrupto, campestre y descuidado por el que, a veces -me contó- se veía correr algún zorro.
 

Creo que todavía tengo esa cazadora.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Nueva web


Os invito a visitar mi nueva página web en la que, a partir de ahora, también se podrán leer las entradas del blog. Se accede a través de este enlace:



viernes, 26 de octubre de 2012

La libreta de Manuel Rivas

El otro día estuve con Manuel Rivas. Presentaba su último libro, Las voces bajas (Alfaguara) y grabé con él para La estación azul.
Un precioso libro dedicado a la memoria, los recuerdos, las ensoñaciones, y de lleno humor, poesía e imágenes deslumbrantes: la del niño que, en la escuela, tiene que sentarse sobre una maleta; la visión perturbadora de una peluquería fememenina, vacía, de noche; o la del hombre de la Diputación que asfalta un camino vestido de astronauta.

No conocía a Rivas más que de leer sus libros -recuerdo Qué me quieres amor, y su involvidable El lápiz de carpintero-, y me gustó su manera, pausada, de hablar, y el cuidado con que buscaba las palabras, que parecía elegir con el mimo con el que se escoge la fruta.

Me gustó también la libreta que llevaba con él, dentro de una maleta de fuelle, de aquellas de cuero algo escolares, llena de libros, carpetas y papeles. Le pregunté si me dejaría fotografiar alguna de las páginas, muchas con dibujos, recortes y anotaciones en distintos colores, y me dijo que sí.


Son éstas de aquí abajo. Tan misteriosas. Tan sugerentes. Tan ligeramente -es culpa mía esta vez- desenfocadas.



sábado, 20 de octubre de 2012

Diario de lecturas (con fotos)

Me gusta hacer fotos de escritores a quienes entrevisto. Así que desde hace tiempo, voy siempre con la cámara a las grabaciones y busco un hueco para las fotografías: una especie de diario de lecturas, con fotos, de aquellos escritores a los que he ido visitando ultimamente.

Nicole Krauss, por ejemplo, con quien hablé, hace un par de semanas, de su deslumbrante La gran casa (Salamandra), una histora que trata de la memoria, los recuerdos, y de los objetos y cómo, de alguna manera, éstos hablan de nosotros.
La foto está hecha en la cafetería del hotel donde se había citado con los medios, y me gustó su manera de posar: fresca, divertida y sonriente. Me habló de alguno de sus escritores favoritos, Brodsky, entre ellos, y su Marca de agua. 


También estuve, hace poco, con mi amigo Luis Mateo Díez que en la foto posa al lado de otro de mis escritores favoritos, Manuel Longares.
Mateo acaba de publicar La cabeza en llamas (Galaxia Gutemberg), un estupendo libro que ha decidido regalarse -y regalarnos- por su setenta cumpleaños.

Cuatro historias de personajes, atmósferas, y ese secreto siempre presente, inexpresado, perturbador al que nos asomamos los lectores, como quien entreabre la rendija de una puerta.
La foto está hecha ante una fachada del barrio de Retiro, en Madrid.


José María Merino, estuve el otro día en su casa hablando de la antología de Antonio Pereira, Todos los cuentos, que acaba de publicar Siruela, con un precioso prólogo, no prólogo, de Antonio Gamoneda.

Le pregunté que cómo era posible que Pereira, fallecido en 2009, nos hubiera pasado inadvertido durante tanto tiempo, y me habló de ese olvido inexplicable, injusto, que persigue a alguno de nuestros mejores autores.

Un libro precioso, sorprendente, lleno de humor e historias inolvidables, y de lectura obligada para los que saben quien es Pereira y, sobre todo, para los que, como yo, no habíamos leído nada de él.


Y este viernes pasado tuve la fortuna irrepetible de conocer, y saludar, a Tomas Tranströmer. Una invitación de la Embajada de Suecia a un emotivo encuentro con el poeta sueco, Nobel de literatura 2011, y de quien Nórdica ha publicado en españa El cielo a medio hacer y El árbol y la nube.

Tranströmer sufrió una grave hemiplegia que le paralizó la parte derecha del cuerpo, y que le impide hablar, pero no escribir, ni tocar el piano.
A través de su esposa, Mónica, contó lo que había supuesto, de alteración en su vida, recibir el Nobel; de su poesía y la importancia de la música en ella (toca el piano a diario, con la mano izquierda, a veces obras compuestas especialmente para él), y la emoción que le había supuesto el homenaje, la tarde anterior, que le brindaron en el Círculo de Bellas Artes.

Allí, un grupo de poetas - José Manuel Caballero Bonald,  Jordi Doce, Esther Ramón, Carlos Pardo y Juan Marqués- recitaron sus versos en español. En la recepción de la embajada, posaba al día siguiente con alguno de ellos. Un encuentro, comenzaba diciendo, inolvidable. 







domingo, 7 de octubre de 2012

El cuestionario Proust

Me envían de la librería Molist, de Coruña, un cuestionario Proust. Una veintena de preguntas que exigen respuestas escuetas y chispeantes, y que siempre han sido para mí una sutil tortura.
Hago aquí un avance con alguna de ellas. El cuestionario completo se publicará, próximamente, en el blog de la librería.

¿Qué es para ti un libro?
Depende de qué libro. Los hay que son unas vacaciones, un viaje, una gripe, un fin de semana en casa, un deslumbramiento...
Cuando abres la puerta y entras en una librería...
Siento que ahí están todos: Crusoe y Capote, Woolf y Baroja, Borges y Ana Karenina, y el exquisito Proust... Y que en eso radica la magia y la fortuna de leer.
¿Qué libro estás leyendo?
Siempre ando con varios, pero hoy estoy con Trapiello y su Ayer no más. He empezado anoche y voy por la mitad.


¿Te acuerdas del primer libro que leíste?
No, pero sí recuerdo unos libros de Bruguera, mitad texto, mitad historieta, que durante años fueron mis regalos de Reyes, cumpleaños y santos: Dumas, Stevenson, Salgari...

Dinos cuál es tu escritor favorito
Tengo varios. Y es una lista, además, que se incrementa de vez en cuando. Me encanta encontrar un escritor que no conocía, y enamorarme.
¿Y tu personaje literario favorito?
No sé por qué me estoy acordando de aquel tipo impresentable, grasiento, maleducado, Ignatius Reilly, el delirante protagonista de La conjura de los necios.

¿Con qué personaje literario te sientes indentificado?
Sobre todo, espero no parecerme nunca a Ignatius Reilly.
¿A qué escritor/a te gustaría conocer en persona?
Tal vez a Philip Roth. Sería una velada inolvidable: yo, que no hablo apenas inglés, y él, que nunca se ríe.


¿Papel o libro electrónico?
Si hay que elegir uno y no otro, papel. A ser posible papel agradable al tacto, no demasiado blanco, con márgenes amplios, letra legible, bien encuadernado. 
¿Has leído más de cinco títulos de un mismo autor/a? De quién.
Así de memoria, Monterroso, Cortázar, Auster, Zúñiga, Aub, Kapucinski, Vila-Matas, Vargas Llosa, Sergio Pitol... Y de Echenoz e Ibargüengoitia creo que he leído tres o cuatro, espero pronto poder sumarlos a la lista.


¿De qué palabas o frases abusas a la hora de escribir?
Pongo muchas comas, por, lo, visto.
¿Qué talento, aparte del literario, te gustaría tener?
Ya es mucho suponerme un talento literario, pero tal vez elegiría la música. Me habría encantado ser trompetista de jazz, como Vian.

¿Qué libro no has sido capaz de terminar de leer?
Tengo varios. Pero mi fracaso más sonado, y reiterado, ha sido con Lezama y Paradiso.
¿Cómo dedicas tus libros?
Dibujo sombreros.
¿Cuál es tu lema o frase favorita con la que te identificas?
Me gusta mucho ésa de la baronesa Blixen: "La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas, el mar". 



domingo, 23 de septiembre de 2012

Un retrato de Scala

Eduardo Scala
Eduardo Scala es un personaje singular, con algo de sabio renacentista, de infitinos saberes e intereses. Puede hablar de papeles, de tintas, de ajedrez, de números y letras y su combinatoria precisa y previsible.
Lo conozco desde hace años, y siempre me ha resultado fascinante su mundo poético y sus libros bellos y sorprendentes.
En el año 2008 comisarié una exposición para el CSIC. Se titulaba Esto no es un libro, y en ella dedicábamos a su obra un lugar especial. Se expusieron, entre otros, Pájaros/aros, Poe+ o El libro del infinito (abajo).



Hace tiempo descubrí sus Re/tratos; imágenes poéticas en las que retrata a escritores a través de las letras que componen su nombre y que convirte en complejos caligramas, constelaciones en palabras de Ignacio Gómez de Liaño. 






Realizó para el Instituto Cervantes un proyecto, Red/tratos, que puede visitarse todavía, y en el que aparecen, entre muchas otras, las imágenes de Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik o Eduardo Cirlot.


Hace un par de semanas hablamos, y tuve la osadía de pedirle un retrato con mi nombre. Y él, a los pocos días tuvo la amabilidad de mandarme por correo éste que veis.



Me pareció un prodigio tan favorecedor ese cruce de letras, y lecturas posibles e imposibles, de extraña y enigmática belleza.
De momento, no he podido resistir la tentación de imprimir etiquetas, que pegaré en las cartas este otoño.


martes, 18 de septiembre de 2012

Trostky en Coyoacán

Estuve esta semana en ciudad de México, y decidí acercarme a Coyoacán para visitar la casa en la que vivió, y murió, Leon Trostky.
Expulsado del Partido y perseguido por Stalin y sus secuaces, quienes lo habían condenado a muerte, Trostky llegó a México en 1937, invitado por Diego Rivera y Frida Kalho.
En su casa, la Casa Azul, vivió durante dos años antes de que  Rivera lo echara, acusándolo de mantener un romance con su esposa.



Trostky y su mujer fueron a vivir a una casa cercana que había sido una clínica oftalmológica y que estaba lo suficientemente aislada.
Tapiaron las puertas con ladrillos, construyeron garitas sobre el tejado, elevaron los muros con alambre de espino, y contrataron un pequeño ejército de hombres armados que los protegían día y noche.
Conocía a Stalin, habían sido compañeros durante la Revolución, y sabía que haría todo lo posible por asesinarlo.


En mayo de 1939, un grupo de hombres armados (se dice que más de una veintena) contratados por el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, consiguió entrar en la casa y desde el jardín dispararon algo más de 400 balas de gran calibre.
Trostky y su mujer salieron milagrosamente ilesos del asalto que fue repelido por los guardias, aunque uno de sus nietos recibió el impacto en un pie de una bala rebotada. Fue el único herido.

En las paredes y el techo todavía pueden verse alguno de las decenas de impactos, que muestran la violencia del ataque.
A partir de ese momento la casa se convirtió en una caja blindada, con muros reforzados y puertas internas construídas con planchas de acero. 


Allí llegó, en agosto de ese mismo año, Ramón Mercader, un agente estalinista como se supo años más tarde, que acudió a ver a Trostky con la excusa de mostrarle unos documentos.

Era amigo de una de las secretarias y nadie receló de él.Sin embargo, cuando Trostky se acercó a la ventana de su despacho (arriba) para verlos a la luz, Mercader le golpeó en la cabeza con un piolet, provocándole la muerte, horas más tarde, en un hospital.

Mercader fue reducido por los guardias, detenido, juzgado y condenado. Y permaneció en prisión hasta 1960.



En la casa se respira un ambiente un tanto opresivo, aire viciado y bombillas desnudas.

Me llamó la atencón el armario, junto al cuarto de baño, con su ropa todavía colgada de las perchas y los zapatos en el suelo.
Me contaron que el piolet fue aportado como prueba en el juicio, y que después desapareció. Al parecer acabó en manos de los hijos de un secretario judicial que, ignorantes de lo que era, lo utilizaban para cavar en el jardín. 

Las cenizas de León Trostky y las de su mujer están allí enterradas bajo un monumento coronado por una bandera roja.


Mercader recibió las mas altas condecoraciones de la URSS: se le nombró héroe de la Unión Sovietica y le fue otorgada la Orden de Lenin y la Medalla de oro.

Leonardo Padura escribió, hace unos años, El hombre que amaba a los perros, un estupendo libro en el que narra el exilio de Trostky en México y su asesinato.

En España está publicado por Tusquets.