Estuve, por ejemplo, con Enrique Vila-Matas, que me firmó Aire de Dylan con una de sus inconfundibles siluetas de sombrero y gabardina. Para Marchamalo!, dice escuetamente la dedicacatoria.Me encantó su Dietario voluble, y ahora esta historia de Dylan y el fracaso.
También coincidí con Javier Marías, fumando. Firmó ejemplares, muchos, de Los enamoramientos, su última novela, y de muchas de las anteriores: Corazón tan blanco, Negra espalda del tiempo, Mañana en la batalla piensa en mí...
Llevaba en la solapa un broche con el rostro de Shakespeare, y le sorprendió que le reconociera. De sus libros, me encantó aquel de Siruela, Vidas escritas, y ése otro, La vida del fantasma.
En otro de mis paseos por la feria me crucé con Fernando Royuela, a la derecha, y Javier Pérez Andújar, posando como dos conspiradores.
Del primero acabo de leer Cuando Lázaro anduvo, una reflexión ácida y lúcida sobre esta sociedad desquiciada en la que vivimos.
Y de Pérez Andújar leí, no hace mucho, Paseos con mi madre, uno de los libros que más me han recomendado últimamente. Un retrato generacional lleno de guiños, recuerdos y emociones. Un libro estupendo.
Del primero acabo de leer Cuando Lázaro anduvo, una reflexión ácida y lúcida sobre esta sociedad desquiciada en la que vivimos.
Y de Pérez Andújar leí, no hace mucho, Paseos con mi madre, uno de los libros que más me han recomendado últimamente. Un retrato generacional lleno de guiños, recuerdos y emociones. Un libro estupendo.
A Montero, le presenté en Madrid su libro anterior, Pistola y cuchillo, dedicado a Camarón.
Y me encantó su Pólvora Mojada, la historia de Mateo Morral y sus bombas Orsini.
Támbien me gustan sus sombreros, y sus pañuelos, tan dandis, al cuello, un poco como los que llevaban los pistoleros en las películas del oeste.
Y nunca me pierdo una visita a mi amigo Juan Carlos Mestre, Viajamos juntos a Arenas, hace dos o tres años, y fue un descubrimiento.
Leí, fascinado, su Casa roja, por el que recibió el Premio Nacional de Poesía, y este año me dedicó su fantástico La bicileta del panadero, ambos en Calambur.
Las dedicatorias de Mestre son siempre excepcionales. Una fiesta de caballos, instrumentos musicales, retratos y colores. Un alarde de generosidad e inspiración. Una auténtica fortuna, como se ve. ¡Qué suerte!