miércoles, 29 de septiembre de 2010

Siete maneras de decir azul

Siempre me han gustado eso que se llaman "útiles de escritura". Un universo táctil y oloroso, de folios y cuartillas, grapadoras y clips, sacapuntas, lápices y rotuladores de colores...

Y uno de mis recuerdos más perdurables de adolescencia es el de una papelería, al lado de mi casa, y las resmas de folios, los mapas mudos, las gomas Milán apetitosas como si fueran comestibles, y los tinteros.

Siempre me han gustado los nombres sugestivos de las tintas.

Se llaman "Bleu Nuit" o "Bleu azur", así en francés. Con ese toque distinguido de noche parisina, casi como perfumes.

No sé quién pondrá los nombres a las tintas, qué poeta infiltrado y constante: el "Florida Blue", de Waterman, el "Blue Sky" de Caran d'Ache o ese color irrepetible, "Des mers du sud", tinta de los mares del sur que sólo con ver leer el tintero trae un regusto a Stevenson y Conrad.

¿Hay textos que deben escribirse con uno u otro color? ¿Adjetivos o adverbios más oscuros o claros? ¿Verbos verdes? ¿Metáforas rojizas?
Me intrigan, sí, los nombres de las tintas, y los tonos de azul. ¿Cómo llamarlos? 

martes, 21 de septiembre de 2010

El zen y el tiro con arco

El arquero se coloca en posición relajada frente a la diana, sujetando el arco con firmeza, y expulsa el aire.
La cara se vuelve hacia el parapeto, y el arco se eleva sobre la cabeza mientras la mano izquierda se relaja.
Al bajar, se abre el arco hasta que la muñeca derecha toca la barbilla, se toma aire y se alinea el visor con la diana.

La mano derecha se desliza suavemente bajo la mandíbula hasta que la cuerda toca la nariz, tirando hacia atrás con el codo derecho. Y se apunta.
Después se suelta la flecha, llevando la mano derecha hacia el oído, y se expulsa el aire, mientras el arco cae hacia delante, y se vuelve a empezar. 
Bueno. Pues llevo un año intentando que me salga. Sólo con discretos resultados.

Pero la pinta la bordo.

 
 

viernes, 17 de septiembre de 2010

Clarice, Virginia, Karen

Karen Blixen. Me impresionó de la excéntrica y elegante baronesa aquella historia, ya mayor. Había seducido a un joven poeta que abandonó a su mujer y sus hijos. Un día le convenció para que la acompañara a un bosque, y grabara sus iniciales, y un corazón, en la corteza de un árbol

Y ocurrió que, tiempo más tarde, cuando ella lo dejó o él a ella,  Blixen fue allí en su coche, y sacando un hacha del maletero, señaló el árbol a su chófer. Para que lo talara.

Virgina Woolf. Propietaria, junto a su marido, de la prestigiosa editorial Hogarth Press, donde publicarían, por ejemplo,T.S. Elliot o Sigmund Freud. Durante una larga temporada, tuvieron la prensa en un cuarto de su casa, y los chilabetes con las bandejas de letras en el salón.

Allí se les cayó un día una cajón de tipos de plomo que se desparramaron por el suelo.
Y Aunque los recogieron con cuidado, durante días, ocurría con frecuencia  que entre el pelo de la alfombra aparecía de repente una ene, una coma, una hache.

Clarice Lispector. Leí en uno de sus diarios que uno de sus recuerdos de infancia eran aquellas mañanas en que su padre, casi recién amanecido, la llevaba al mar.

Recordaba la arena, el sol, el agua fría del océano... Y cómo después del baño, en el colegio, a veces distraída, se llevaba los dedos a la boca, y descubría que la piel le sabía a sal.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Dedicatorias

Siempre me tenido curiosidad por los libros dedicados. Saber qué pone un escritor cuando se le solicita una dedicatoria. El año pasado, el Gremio de Libreros de Viejo de Madrid, dedicó el Salón del libro a las dedicatorias, y publicaron un catálogo del que escribí el texto.

El él hablaba de la racanería de Baroja, su letra minúscula, sus dedicatorias escasas, que contrasta con la grandilocuencia de Gómez de la Serna, el simpar Ramón, que firmaba siempre con tinta roja,  letra enorme, y unos inmoderados adjetivos, que  eran con frecuencia "pombianos" cuando dedicaba en el popular café de Pombo, donde tenía su tertulia.

 Llevo tiempo coleccionando libros dedicados, y voy teniendo unos cuantos.
Entre las curiosidades, la tinta verde con la que firmaba Neruda, la letra un tanto arabesca, indescifrable de Juan Ramón Jiménez, y los dibujos de Alberti; palomas, toreros, caballos...
También hacía dibujos José Hierro. "La única manera de vender libros de poesía es pintarlos", dijo en alguna ocasión. Y dibuja en sus dedicatorais Bernardo Atxaga y, a veces,  Luis Landero que cuando no lo hace, suele firmar con una fórmula que repite con frecuencia, y en la que muestra su agradecimiento como escritor y su solidaridad como lector.
Más abajo se ven dedicatorias de Francisco Ayala, Paco Umbral, o Gamoneda, que siempre firma con esa letra picuda y artística que cuesta interpretar.




Y entre mis favoritas, abajo, la que me dibujó Juan Carlos Mestre, hombre generoso, como se ve, Premio Nacional de Poesía de este año, estupendo artista y generoso amigo, en la Feria del libro de Madrid. 


viernes, 10 de septiembre de 2010

Miss Lessing

Doris Lessing. La foto está hecha, en su casa, en Londres, hace casi diez años, y apareció ayer ordenando papeles.

Fuí a hacerle una larga entrevista para TVE -una suerte-, y posamos en la escalera de la cocina de su casa que daba a ese jardín muy londinense, un poco selvático, por el que, nos contó, a veces se veía pasar algún zorro que llegaba a buscar por las basuras. 
Nos sorprendió a todos, de esa mujer menuda, educada, algo distante, su resolución: la fuerza que transmitía en cada palabra, con cada movimiento, con cada uno de sus gestos, femeninos pero en cierto modo autoritarios.
Nos habló de su infancia, en Irán, de su padre, mutilado de guerra,y de su joven madre, que había sido enfermera, y que cuando se trasladaron a Rhodesia, a vivir a una granja, llevó con ella multitud de vestidos que nunca pudo ponerse, y con los que los niños acabaron jugando a los disfraces.
Recuerdo su manera de hablar, suave y precisa, y recuerdo que nos mostró esta foto, y el flequillo que llevaba. Se rió diciendo que era un corte de pelo muy de novelista de la época.
"Todas las escritoras, entonces, llevábamos el flequillo así", dijo. Y sonrió con una nostálgica coquetería mientras, a su lado, en un cojín, dormitaba un inmenso gato blanco y negro al que, no nos enteramos bien por qué, le faltaba una pata.

jueves, 9 de septiembre de 2010

OÍR A DARÍO

Leo que este verano ha muerto Darío Lancini, viajero impenitente, poeta, escritor y autor de un libro prodigioso, Oír a Darío, cuyo título (un palíndromo) anticipa sutilmente el contenido. Palíndromas son aquellas palabras, o frases, que pueden leerse igual en una dirección que en otra: A RESACA LA CASERA, SÉ VERLE DEL REVÉS, SE ES O NO SE ES y, a veces, también algo más inesperado: NO TE COMAS LA SALSA MOCETÓN, por ejemplo, este último del propio Darío.

Oir a Darío es la mayor colección de palíndromos de la que tengo noticia, desde frases de pocas palabras -¿SON RUIDOS ACASO DIURNOS?- hasta pequeños poemas y textos inesperadamente extensos - hay incluso obritas breves dialogadas-  todos capicúas y todos originales de Lancini.

Entresaco del libro éste palíndromo que puede leerse igual de arriba abajo que de abajo a arriba: 

Seas árbol
o dios
la fe
falso ídolo, 
brasa es. 

 

martes, 7 de septiembre de 2010

Los retratos de Almazán

Me escribe Vicente Almazán por correo electrónico y me manda esta foto que me hizo el año pasado en la librería Antígona, de Zaragoza. Presentaba, junto a Antón Castro, el librito No hay adverbio que te venga bien, que escribí junto a Mario Merlino, y Vicente estaba por allí, e hizo unas fotos.

Tiene un estupendo blog, Mis adarmes, donde cuelga sus fotograrías, en blanco y negro, que aportan siempre una mirada original e intrigante. 
De sus retratos me gusta cómo consigue con ellos mostrar al personaje, sin trampas ni artificios.
En la foto estoy en la librería -cómo me gustó su inmensa mesa de novedades, con libros que se tapaban unos a otros-, entre la encantadora Julia, y el inefable Pepín.

Mis adarmes puede visitarse en la siguiente dirección: http://my.opera.com/Adarmes/blog/

Correspondencias



Emilio González Sáinz y José Luis Mazarío exponen, hasta el 19 de este mes, en la galería Siboney, en la primera exposición que celebran juntos en Santander bajo el sugestivo título de Correspondencias.
 

Emilio y José Luis, o viceversa, amigos desde niños, de carreras parejas, iguales pero, al tiempo, tan distintos, tuvieron la amabilidad de proponerme escribir el texto del catálogo que se titula Morir de un adjetivo

 En el texto se habla de un viaje que realizaron juntos, hace años, por los acantilados de Cornualles. Iban en bicicleta y tienda de campaña, y paraban aquí y allá para pintar: rocas, caminos pedregosos, faros, vegetación, bandadas... 
Mucho tiempo después vieron una exposición de dos acuarelistas ingleses, prerafaelitas, que, casi un siglo antes, habían realizado ese mismo viaje, y que habían pintado los mismos paisajes, a veces idénticos motivos.
Sólo se mostraban las acuarelas de uno de ellos. Las del otro habían volado, un día, allí en Cornualles, llevadas por el viento.
Me pareció una imagen poética, esa de los papeles  volando sobre el acantilado, como pájaros alejándose hacia el mar.

La exposicion puede visitarse en http://www.galeriasiboney.com/primera.htm

El olvido que seremos

Ayer me escribió -un inesperado honor- Héctor Abad Faciolince. Le había incluído en una lista de correos donde anunciaba a amigos y conocidos la creación de este blog, y me respondió con una vieja broma.

De Héctor Abad oí hablar por primera vez hace tres o cuatro veranos a mi amigo Rodolfo Plana, un librero santanderino, exquisito lector y cinéfilo, que me recomendó su libro, El olvido que seremos. 

 Uno de esos textos prodigiosos, llenos de magia, de rara honestidad, y repleto de historias e imágenes inolvidables. Creo que es el libro, junto a Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, que más he regalado, recomendado, prestado...
 
Todavía recuerdo la intensa emoción con que leí la muerte de su hermana, adolescente, a quien, ya deshauciada, su padre inyecta una dosis mortal de morfina, enfurecido porque ya no le quedan agujas esterilizadas. Y la frase con la que un amigo médico, también presente, intenta consolarle, "Héctor, eso ya no importa".


Meses después tuve la ocasión de escribir a Héctor Abad, y contarle cómo el libro me había conmovido como pocos.
Desde entonces hemos cruzado un par de correos más, y el de ayer en el que, indudablemente cortes, me comunicaba que visitaría este blog. Y me regalaba un viejo chiste que le había recordado el título,  El don de la impaciencia.

Ese tipo que se dirige al altísimo rogando: "Dios mío, dame paciencia... ¡Pero dámela  ya!"
Un gran tipo Faciolince. Y un bonito apellido.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Solo para fumadores (y allegados)

Me encargaron, antes del verano, un prólogo para una nueva edición de Lady Nicotine, de Barrie, y Del placer y del vicio de fumar, de Italo Svevo que Capitán Swing Libros va editar ahora en septiembre.
Y he escrito un texto donde hablo de la relación, indisociable, entre tabaco y literatura. Fumaba, por ejemplo, Kipling, y hay una foto suya -bigotes y gafitas y sombrero-, en la que aparece sujetando distraído un cigarrillo entre los dedos.


Fumaba Conrad, fumaba Chesterton, fumaba Twain, fumaba Simenon -es difícil encontrar una foto suya donde aparezca sin pipa-, y fumaba, y mucho Sartre, allí en el café Flore, donde se sentaba a escribir, al lado o cerca de Simone de Beauvoir que, por cierto, también fumaba. Tal vez aquellos cigarrillos que se vendían en una caja azul, enormes como si fueran comestibles, los Boyards. 


Se cuenta que, durante años, Alejo Carpentier les traía habanos desde la Cuba castrista, como regalo revolucionario, que Sartre y Beauvoir dejaron de aceptar tras la invasión de Checoslovaquia. 


Aquí, fumaba Baroja, unos cigarrillos humeantes como barcos; fumaba Machado, y sus solapas aparecían frecuentemente salpicadas de ceniza, y fumaba Pla.
Cada vez que se trababa escribiendo, sacaba la petaca, el papel sobre el que derramaba unas hebras de tabaco, lo liaba y se lo fumaba.
Cuando le obligaron a dejar de fumar se lamentaba de no haber vuelto a escribir como antes, cuando se detenía a pensar cada adjetivo mientras se hacía tranquilamente un cigarrito.


Recuerdo también la foto de Anne Sexton, la seductora Sexton de ojos de hielo, sujetando un pitillo en su mano derecha. Y otra  foto de la baronesa Blixen, la autora de Memorias de África, también con un cigarrillo entre los dedos, mundana y sofisticada.



Y falta, en esta lista interminable, de humo y literatura, Cabrera Infante, el hombre que se hizo humo, y antes Lezama, el enorme Lezama que fumaba tabacos, allí en su casa de la calle Trocadero, en La Habana, escribiendo sus versos con sus letra minúscula al lado de la cocina, porque comentaba que resultaba imprescindible, para su literatura, el olor de la comida.



El otro día, hablando del humo y de los libros con mi amigo el pintor Emilio González Sáinz, me mencionó a Julio Ramón Ribeyro, y su librito Sólo para fumadores. Un complendio sentimental de humos, y marcas, y cajetillas, y personajes que fuman: Hemingway, Gorki, Faulkner... Me han contado que el propio Ribeyro fumaba todo el tiempo. Tanto que la ceniza caía sobre su máquina mientras escribía, de modo que, al terminar, tenía la costumbre de darla la vuelta, para poder limpiarla.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El sombrerero loco

Ayer me escribió mi amigo Elías Moro, gran poeta, excelente tipo, para contarme que se había comprado un nuevo sombrero, y adjuntaba una foto en la que, efectivamente, lo llevaba puesto, allí, largo y distinguido.
Me gustan los sombreros, claro, y de hecho en casi todas mis dedicatorias, últimamente, dibujo uno (o un par de ellos) que originariamente copié a Eduardo Arroyo, pero que con el tiempo ha ido adquiriendo cierta personalidad. 


No recuerdo cuándo se me quitó el apuro del sombrero, pero sí hace años que lo llevo habitualmente. En invierno uno de lana, color marrón miel,  y en verano un Panamá cómodo y elegante, con ala, muy indiana.


Acabo de recordar, por cierto, que tambien Enrique Vila-Matas aparece en muchas fotos con sombrero, uno oscuro, de corte un poco corleonés. Y también en sus dedicatorias lo dibuja. Ésta me la firmó en Madrid, en la cafetería del Hotel Wellington donde, me contó,  se encontraba  con Tito Monterroso cuando venía a España, lo que explica el texto.


Con ese mismo dibujo me hizo mi prima Esperanza un regalo sorpresa de cumpleaños: un libro encuadernado en plena piel marrón rojiza, suave al tacto, apetecible, en cuyas guarda delantera se ve esto: 


Se me ocurrió que a Vila-Matas podría gustarle, así que le envié la foto, que subió a su página web donde aparece rodeada de sombreros; http://www.enriquevilamatas.com/dedicatorias.html
¿He contado, por cierto, que mi amigo Elías Moro se ha comprado uno?

Maneras de titular

Siempre he sido un desastre para los títulos. Hay algo de esa parte esencial de las cosas -la que puede explicarse, iluminarse, con palabras-, que se me escapa.
Me divirtió enterarme, hace tiempo, de que hay escritores, Vicente Molina Foix, Andrés Trapiello, que tienen un banco de títulos: una agenda, un cuaderno, donde van anotando aquellos que les interesan, y que guardan hasta que los encuentran acomodo, a veces en libros de otros autores a quienes se los regalan. Por ejemplo, Cepo para nutrias, de Azúa; Travesía del horizonte, de Marías; o Antifaz, de Guelbenzu, son títulos del cuaderno de Molina. "Agencia Molina", le llamaba García Hortelano.


El caso es que, desde que me enteré, yo también anoto en un cuaderno frases con las que me topo, y en las que encuentro sonoridad o capacidad de sugerencia: La reivindicación de la torpeza, Pesadilla sin historia, Mapa del disparate, La osadía de los tímidos... Jamás había encontrado utilidad para ninguno de estos títulos, hasta estas navidades pasadas en las que, para el librín que envío como regalo a mis amigos, busqué en mi agenda y di con el rotundo El don de la impaciencia. 

 
Me gustó entonces, y anteayer, cuando me pidieron el título del blog, se me vino otra vez a la cabeza. Dudé un par de minutos en llamarlo Jubilarse los lunes , que también me gustaba, pero al final se impuso, como un guiño a amigos y enemigos, aquí y allá, más lejos y más cerca, sobre todo impacientes. Un don....

jueves, 2 de septiembre de 2010

¡Un blog!

Llevaba tiempo con la idea de hacer un blog. Pero siempre prevalecía la pereza. El caso es que hoy me he puesto diligente. He respondido cartas, he contestado llamadas, he ordenado los armarios, los cajones, los papeles (al menos  parte de ellos), y al final ha sido casi sin pensarlo, visto y no visto. "Si es fácil, hago el blog", me he dicho.
Y es fácil, sí.
Ahora sólo me queda ordenar la mesa. Y total, es día 2. Todavía...
Bienvenidos.